Malentendidos y Aciertos: un escándalo inesperado (Capítulo VI)

Lee los capítulos anteriores aquí: IIIIIIIV y V.

Georgiana Darcy estaba en la sala de verano de la residencia familiar cuando escuchó a Annie anunciar que había tres caballeros esperándola, tres hombres que se habían mezclado en su vida en el mismo momento, y que la habían puesto en una situación complicada, que la sociedad de Londres miraba con diversión, alimentada con un escándalo que parecía monumental, y más para una joven que estaba en los últimos años de poder adquirir un marido en la temporada, a no ser que su hermano sobornara a cualquier crédulo que no se hubiera enterado del duelo y el drama de los últimos días.

La joven dama le dijo a su criada que todos esperaran en la biblioteca, y que le mandara primero al Capitán Tilney, en unos diez minutos. Miró su reflejo en la ventana y se puso a reflexionar. Quería ser la dueña de su vida, la que tomara las decisiones, ¡ya bastaba de ser tomada siempre como una damisela en apuros! Acabaría con estas tonterías de raíz, se dijo, y luego, sí, luego, olvidaría a los hombres ambiciosos y escucharía las palabras dulces de John Byron, al que volvía a llamar así porque estaba claro que había tomado un pelín más de clarete de la cuenta como para haberlo bautizado “Lord Byron Jr” en su cabeza la noche anterior. John Byron y el famoso libertino y poeta, quizá coincidieran en profesión y nombre, pero estaba claro que Carrington quizá no tenía tanto talento, pero sí que profesaba un amor más profundo que el que podría dar el otro escandaloso ser, que decían que andaría por el lago Lemán, en Suiza, quizá haciéndole el amor a una duquesa o a su medio hermana.

Los tres caballeros fueron sorprendidos por Annie cuando ya estaban cansados del silencio cargado que se había creado en una sala hecha para no dar conversación. De hecho, la tranquilidad sólo había sido rota por los gruñidos de John Byron cada vez que su cruzaba en su paseo por la biblioteca con el Capitán. La verdad es que ambos hubieran empezado una pelea si Henry Smith no hubiera intervenido para poner paz, como buen abogado que era, aunque para su pesar, no fuera a cobrar las costas de lo que pasara en esa habitación.

Cuando Tilney fue anunciado, miró con superioridad a sus contrincantes, y muy derecho, pensó que por fin, tendría la oportunidad que merecía. Era verdad que él hablaba de la seductora y carnal actriz italiana Giulietta la noche de la fiesta de los Bowen, pero el mendrugo de Carrington le había proporcionado un duelo inesperado, un escándalo jugoso, y ahora, una entrevista a solas con la rica heredera Darcy.

Cuando llegó a la sala, quiso cerrar la puerta, pero la señorita Darcy lo frenó con un gesto distante hecho con la mano. Ese posible rechazo no fue problema para el militar, que se sentó de golpe en un reducido sillón chesterfield donde estaba la joven, pero antes de que pudiera hablar, Georgiana se levantó y lo interrumpió:

– Capitán Tilney, espero que controle su ardor y más cuando vamos a parar esta situación absurda – le dijo con vehemencia ante la sorpresa de él, para añadir a continuación – usted sabe de sobra que yo no soy la propietaria de esa famosa “G”, así que deje de hacer el asno, de comprometernos absurdamente, y de hacerme perder el tiempo.

– ¡Señorita Darcy, oh Georgiana! – exclamó él mientras se levantó y le intentó agarrar las manos – ¿No se da cuenta de que la admisión en su casa estando sola no hace más que confirmar este compromiso?

– ¿Compromiso? Ni siquiera voy a discutirlo, lo que sí le voy a decir es lo que mi hermano el señor Darcy, y mi primo, el Coronel Fitzwilliam, han escuchado y ha sido confirmado por el Coronel Forster, un conocido de la familia de mi cuñada que ha estado en Brighton en el último año – Tilney palideció – ah, sí, no ponga esa cara – siguió ella – sus visitas al cabo Dungeness y esa relación que parece tener usted con los contrabandistas franceses de Le Touquet, una amistad nada conveniente en estos tiempos de guerra, y que no sabemos qué daño podría hacerle a su carrera.

– Señora – dijo agarrando el puño de la espada con tensión, mientras palidecía – no sé a qué hechos se refiere, pero está claro que no es usted el tipo de esposa que un miembro de la familia Tilney se merece…una dama que dedica a escuchar cotilleos sin fundamentos sobre la figura de un militar del Rey. No llevaré yo más problemas a mi familia, tras la boda insensata de mi hermano, similar a la que vivió una hermana de su cuñada con un soldado con él que huyó de Brigthon – Georgiana lo miró con sorpresa indignada – No le haré gastar su tiempo, pero como gesto de buena voluntad, ¡negaré incluso que fuera usted el motivo por el cual me batí en duelo con ese petimetre!

Dicho esto, y sin decir ni siquiera adiós, el capitán salió de la sala de verano, y de la vida de la joven, que respiró aliviada. Quizá el mundo estaba lleno de escándalos, pero los que eran culpables, sabían cómo acallarlos.

Mientras esta tensa comunicación se producía, en la biblioteca, John Byron hojeaba la obra “Belinda” de Maria Edgeworth, y se había enfrascado en un determinado momento en el que dos mujeres se batían a duelo. ¡Oh, que dos mujeres se batan por uno! ¡Qué fantasía!, ¡qué delirio! Dejarse querer y ser amado por dos descendientes de Eva, todo furor por conseguir el amor de un Adán como él. Una sonrisa se dibujó en sus labios, pero fue repentinamente borrada por su amigo Henry Smith.

– Mira John, anoche todos hicimos estupideces, y bueno, algunos ya sé que llevan más práctica en eso que otros – lo miró con intención mientras decía esto último – pero te voy a ser sincero, por mucha tentación que sea una rica heredera, y más una con esos ojos de mar en los que naufragar, nunca mirará a un abogado de Marylebone como a un caballero, aunque el caballero sea un poco inútil – su amigo lo miró con cierto enfado – y bueno…lo que sí tengo claro, es que anoche ví que te miraba con ojos enamorados, ¡Dios sepa el motivo! Pero en mi experiencia con las mujeres, una larga experiencia, por cierto, la mitad están locas, y la otra mitad debería estarlo, así que ahora mismo, creo que Georgiana es parte de la primera mitad, y pensándolo bien, y si debe ir contigo, ¡qué vaya! Ya me encargaré yo de llevaros las cuentas y pleitos, que viendo como eres, algunos tendrás.

El poeta lo miró con cariño. Vale que parecía que Henry no le daba mucho valor a su persona, pero él había sido aceptado por Darcy para poder declararse a Georgiana, se dijo, y además, ¿qué importa que a uno lo tachen de inútil cuando le están dejando el camino libre?. Se dieron un abrazo como amigos y tras la aparición de Annie, que les confirmó que el Capitán Tilney había salido hecho una furia para alegría de los dos, Henry partió a hablar con Georgiana.

Allí estaba, junto al marco de una preciosa ventana que daba al jardín. Estaba envuelta en un rayo de sol, que jugaba con el brillo de su cabello y transparentaba su esbelta figura en aquella muselina clara. Al decir él su nombre, ella se dió la vuelta, e iba abrir la boca, cuando él la interrumpió:

– Señorita Georgiana, anoche cometí una estupidez – le dijo mientras le pedía con la mirada que se sentara en la silla que estaba junto a la ventana – y vengo a disculparme. Cometí la estupidez de querer interponerme entre mi amigo John Byron y usted, quizá por haberla tomado con arrobo entre mis brazos, y haber notado la belleza de su figura eclipsando mi ser; pero mis deberes como amigo, y también como abogado, se interponen en cualquier posible relación entre nosotros. Ha sido un bonito sueño, pero también creo que usted no siente nada por mí y le pido que queme esa nota que le dí.

– Señor Smith – le contestó ella con una sonrisa llena de dulzura – quería yo dejarle las cosas claras sobre la imposibilidad de cualquier relación, y usted, con caballerosidad, ha puesto las cartas boca arriba, y me ha desarmado, expresando lo mismo que yo. Veo que es usted un buen amigo del señor Carrington, y ojalá y que alguna vez, pueda usted compartir esa amistad conmigo.

Henry Smith tomó la mano de Georgiana entre las suyas, y tras una reverencia, le guiñó de forma traviesa un ojo, y se despidió, suspirando al salir de la casa, por conseguir alguna vez, una mujer como ésa. Luego volvió a su yo más práctico, y pensó en que pasaría por los jardines Vauxhall esta noche, para olvidarse de su sueño. Quizá invitara a Del Valle, aquel noble español que andaba por Londres, y que seguramente traería a su hija Remedios, esa criatura de ojos de fuego, y con una deliciosa conversación llena de inglés entrecortado por un dulce acento…y pese a ser un hombre tan práctico, otra vez se sintió soñando cómo esa joven de sangre caliente se vería sin horquillas ni otros elementos que reprimieran su melena ondulada.

Desde que su amigo lo dejó, John Byron Carrington Jr, se había puesto más y más nervioso, pensando en todo lo que había sucedido anoche, y en sus recuerdos tras su desmayo. La verdad es que ¿cómo no enamorarse de Georgiana? ¿de una joven tan excepcional? ¡un dechado de virtudes! con esos ojos llenos de promesa, que además parecía corresponderle y amarle. Sabía que no la merecía, pero esto, que parece un típico recurso romántico, se fue haciendo más y más real, el breve tiempo que estuvo solo, y una sensación de malestar fue inundando todo su ser, hasta que cayó en que quizá anoche, el golpe, los licores, la buena comida, y una joven encantadora que mostraba preferencia por él, algo que no se daba a menudo (por no decir nunca), quizá había hecho estragos en su persona.

Georgiana, le sonrió nada más cruzar el umbral de la puerta. Ella ya quería darle la respuesta a la pregunta que le había hecho, quería empezar la vida con aquella alma sensible, que quizá necesitaría pulirse un poco más en el arte de John Clare y sus poemas, porque admitámoslo, hasta ella sabía que no era muy bueno…¿pero para qué servía una mujer con buenas conexiones y una hermosa dote si no era para que marido hiciera lo conveniente? Y si no servía finalmente como poeta, ya se buscaría otra cosa, que no era el primer caballero al que le dan un puesto…Sabía que era bueno, y eso le bastaba, que había sido valiente, y que se habían cruzado las manos en su infancia en Pemberley…

El joven, se sentó en el sillón chesterfield con ella, y ahora no pareciera que hubiera los problemas de espacio que había experimentado con Tilney, no sólo porque el poeta era menos robusto, si no porque la cercanía no molestaba a la heredera. Él no sabía ni cómo comenzar, pero ya su madre le había dicho que no mostrara sus defectos, así que tiró de esos dulces recuerdos compartidos

– Querida Georgiana, por fin llega este momento tan esperado en nuestras vidas, este camino que bien sabes que no empezó anoche, si no que viene desde largo tiempo atrás…

– Oh, sí – le contestó embelesada ella, mientras los dos se cogían las manos, y ella pensaba en el escándalo que sería que la descubrieran así, pero ya nada le importaba.

– De largo, de muy largo, de cuando éramos niños…como bien sabes, porque mi corazón – y puso las manos de ella en su pecho – siempre te perteneció a tí.

Georgiana, muy turbada, y abriendo un poco la boca, lo miró, viendo cómo los ojos de él, se fijaban en sus labios, mientras también parecía que se fuera a preparar para aquel beso que los uniría para siempre…pero los nervios de John le jugaron una mala pasada y decidió seguir hablando:

– Nuestra infancia, donde no pude encontrar mejor compañera de juegos que tú en este bullicioso Londres…

Georgiana sufrió un shock. ¿Londres, cómo que Londres? Ella había conocido a un niño al que había idealizado en su Pemberley, ¡no en Londres! Retiró las manos y se estiró el vestido con tensa calma, comentado sin mirarlo.

– Creo que los recuerdos te confunden, John, nos encontramos en Pemberley.

El poeta la miró con perplejidad, y le respondió con una sonrisa nerviosa:

– Querida, creo que la que se equivoca eres tú. Recuerdo perfectamente que era Londres. Yo nunca he estado en esa zona de Derbyshire.

Ambos se levantaron del sofá y se separaron. La intimidad y el cariño estaba roto de golpe por un recuerdo que ambos pensaban que el otro erraba.

John, dando un paso adelante, empezó a contar sus recuerdos de infancia, y a cada momento que pasaba, ella también recordaba, y cayó en que aquel niño de Pemberley no era este poeta, que de hecho, se llamaba Edgard, y ahora que recordaba el nombre, incluso caía en que la tía de Lizzy, la señora Gardiner, le había comentado que el año pasado su sobrino Edgard, de Lambton, había sido el feliz padre de dos rollizos gemelos. ¡Cielos santo! ¡Había confundido sus recuerdos y se había enamorado de un sueño que ahora no era más que ceniza! ¿Cómo podía ser tan estúpida? Casi se escapa con 15 años con el sinvergüenza de Wickham, para años después, hacer lo que había prometido no hacer, ¡enamorarse como una boba de un poeta que ahora se le antojaba ahora inútil y soñador! ¡quizá tanto como ella! La cabeza le dió vueltas, y de repente todo se hizo de noche.

John vio como Georgiana se iba poniendo de un tono más pálido hasta que cayó en sus brazos desmayada. Siempre había soñado en provocar ese efecto en las mujeres, pero no de esta manera. Con algo de esfuerzo, porque John no era precisamente un Hércules, la tomó en brazos y fue hasta la puerta donde gritó el nombre de la criada.

Annie llegó en cuanto pudo, pues estaba atendiendo a una visita que acababa de llegar junto a los señores Darcy, y encontró al joven con la señorita en brazos. ¡Qué escándalo! pensaron Darcy y Elizabeth, que llegaron justo detrás con sus primos Anne de Bourgh y Fitzwilliam, y la señorita Miss Grantley, una amiga de Georgiana.

Todos quedaron sorprendidos, Darcy tomó a su hermana en brazos con un gesto protector. Elizabeth, que siempre tenía la palabra adecuada, se quedó sin habla unos segundos, se disculpó con Miss Grantley, pidió a Carrington que esperara y se fue corriendo tras su marido que iba con su hermana hacia arriba. Fitzwilliam y su esposa los siguieron.

Miss Grantley, que había ido a llevar a Georgiana un nuevo diseño de punto para una mesa, miró al suelo, sintiéndose azorada, y John, que no sabía qué hacer, se presentó, a lo que ella, con nerviosismo, respondió:

– Miss Grantley, Miss Georgiana Grantley.

John, la miró con sorpresa, y haciendo un gran esfuerzo, porque jamás quería ponerse los anteojos, y menos delante de una dama, se los colocó y la observó bien. Ella, se pusó de color escarlata y se quedó mirando asombro, cuando él le preguntó:

– ¿Y jugaba usted mucho a las hadas cuando venía a Londres en su infancia?

Ella lo miró extrañada, pero de repente, un recuerdo bloqueado surgió en su memoria. Y fue entonces cuando él se dió cuenta cómo las ensoñaciones lo habían llevado a un momento donde se convertiría en el oprobio de su familia, donde había primado los recuerdos sobre la realidad, y estaba con el corazón en un puño porque ahora sí, estaba irremediablemente comprometido con Georgiana, pero no con Georgiana Grantley, si no con la joven con la que la había confundido en su edad edad adulta, Georgiana Darcy, que había resultado ser un ángel.

Anne de Bourgh se llevó a Miss Grantley hacia afuera, mientras su esposo cerraba la puerta de la sala de verano, y amenazaba al joven para que fuera corriendo por una licencia especial, y que suerte tenía de que no era Darcy o probablemente ya estaría muerto y su cadáver flotando en el Thamesis.

¡Qué escándalo! ¡Cómo disfrutaría Londres!


El capítulo de hoy os lo ha traído Carmen Romero-Sánchez, la otra mitad del Sitio de Jane. Carmen es una malagueña que vive actualmente en Francia, echando de menos el sur (o sea, lo que pasa al otro lado de los Pirineos), pero que le encanta ver mundo, disfrutar con Jane Austen, con los buenos libros y películas, y que adora el Salón de Té/el Sitio de Jane, ese rinconcito que creó hace 20 años con su hermana Almudena, para dar a conocer a Jane Austen. En lo escrito, querría encontrar más tiempo para poder dedicarse a la ficción y también a la no ficción, como investigar sobre Jane Austen o los austenitas (sí, la Historia de los Austenitas, volverá).

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