Malentendidos y Aciertos: La Carta (Capítulo VIII, epílogo y final)

Lee los capítulos anteriores aquí: IIIIIIIVV, VI y VII.

Mi querida, queridísima Georgiana

Por todos es sabido que la poesía, a pesar de mis esfuerzos, no es mi más admirable cualidad. Sin embargo, humildemente, le escribo estas líneas desde lo más profundo de mi corazón y desde el centro de la cristiandad
inglesa, para solicitarle, primero, su perdón y, después, su mano en matrimonio.

Mi adorada Georgiana, no tengo argumentos que excusen mi soberana necedad pero, que Dios me ayude, voy a intentar explicarme.

Siempre he sido un soñador. Siempre he pensado que en el mundo existían más cosas, más seres, de los que podíamos ver o tocar a simple vista. Es por ello que pensé que las hadas me tendrían reservado un amor tan puro que sólo uno nacido en la más tierna infancia estaba destinado a tan sensible alma. Por eso, cuando la vi tan deslumbrante y resplandeciente en aquel baile, con el rostro más tierno y angelical y la sonrisa más sincera y dulce que jamás hubiera conocido, decidí que debía de ser usted la joven de mis recuerdos infantiles. Porque el afecto que sentía por mi compañera de juegos no podía ser eclipsado por ninguna otra mujer.

Pero, ¡iluso mí! He vivido y crecido creyéndome enamorado de una muchacha… pero lo cierto es que no estaba enamorado de ella. Todo este tiempo, de quien verdaderamente he estado enamorado ha sido del amor. Y
he tenido que hacerla sufrir este horrible episodio para darme cuenta de mi error y de mi ceguera. Ha tenido que desvanecerse en mis brazos para ser consciente de que es usted mejor que cualquier idea romántica que se pueda
tener sobre el amor verdadero. ¿y sabe por qué? porque es usted real. Es de carne y hueso y es el ser más extraordinario que mis ojos han tenido la oportunidad de ver, mis manos de tocar y mis oídos de escuchar. Es perfecta en todos los sentidos y nadie puede poner en duda ni su belleza ni la nobleza de espíritu.

No volveré a estar ciego, Georgiana. Voy a mirarla, si me lo permite, cada día con los mismos ojos de hombre enamorado.

Como digo, le escribo desde Canterbury, donde espero que el Arzobispo me haga entrega de una dispensa especial de matrimonio que me facilite una boda con mi amada Miss Georgiana Darcy para no ponerla ni a usted ni a su honorable familia en boca de las malas lenguas inglesas –y no porque me lo pidiera su primo, el Coronel Fitzwilliam, sino porque compartir mi vida con usted es el futuro más hermoso que pudiera imaginarme.

Así que, si en algún momento ha pensado que soy un caballero obligado a casarme, nada más lejos de la realidad. Por favor, no piense que lo hago simplemente bajo ese burdo pretexto. Lo que deseo verdaderamente es convertirme en su esposo para poder colmarla de afecto y de cariño, así como también para disfrutar de su presencia cada día de mi vida.

Sin embargo, para eso, para amarla, para hacerla feliz, necesito que su bondadoso corazón encuentre la forma de perdonarme por haberla contrariado de tal manera. Ojalá su carácter sea aún más noble y tierno de lo que yo mismo imagino para que se de esa circunstancia y acepte mi mano.

Siempre suyo,

John Byron Carrington Jr.

Nunca antes una carta había agitado así el corazón de Georgiana. Ni siquiera cuando era más joven y George Wickham… mejor no recordarlo. Pero, precisamente por eso, porque ya tenía experiencia en cartas de amor que sólo enmascaraban el interés y el engaño, la pequeña de los Darcy se mostraba más cautelosa que nunca. No quería volver a sufrir por amor… ni tampoco por vergüenza.

Se encontraba tumbada en su cama, con la carta en la mano y los ojos vidriosos por tener las lágrimas a flor de piel. Había perdido la cuenta de las veces en las que la había leído ¿habían sido tres? ¿cuatro? Deseaba creer a su admirador y realmente lo consideraba un hombre sincero, pero continuaba manteniendo sus reservas. Había dejado claro que la amaba a ella pero ¿podía confiar en su palabra? ¿ya se había olvidado de la chiquilla de su infancia? Y, más importante aún ¿podía confiar ella en sus propios sentimientos? Al fin y al cabo, los últimos días se había dejado llevar por la fantasía y, aunque había tratado de refrenarse, la verdad es que lo romántico de la situación le había hecho idealizar a John Byron… aunque no podía evitar, una vez pasado el shock inicial, seguir sintiendo atracción por el poeta.

En ese momento, unos golpecitos en la puerta la sacaron de sus pensamientos. Tardó unos segundos en reaccionar pero, finalmente contestó.

– Adelante.

Una figura femenina apareció tras la puerta. Era Elizabeth, su amada cuñada, que le sonreía tiernamente mientras le traía una taza humeante de té. Desde el desmayo todos habían estado muy pendientes de ella. Sin embargo, cuando
llegó la carta y Georgiana, visiblemente atribulada, se marchó a su habitación, permaneció en voluntaria soledad durante lo que a su hermano le pareció una eternidad. Por este motivo, tras darle el tiempo necesario, Mrs Darcy decidió hacerle una visita.

– Pensé que te apetecería.– Dijo Lizzy mostrando su leve carga.– A mí es lo que más me ayudaba cuando necesitaba ordenar mis ideas. Pero si no quieres, me la llevaré de inmediato.

– Me apetece muchísimo, querida Lizzy.– Contestó devolviéndole tímidamente la sonrisa.– Gracias. Por favor, pasa y quédate conmigo. Quizá, tú puedas ayudarme.– Calló durante unos segundos, buscando las palabras y finalmente preguntó lo que más sacudía su espíritu.– ¿Qué opina mi hermano de todo esto?

Elizabeth se sentó en la cama, donde Georgiana había estado tumbada dándole vueltas a la cabeza, soltó la taza de té en la mesilla que había junto al lecho y suspiró. Georgiana se irguió para poder entablar con ella la conversación de mujeres que aquella circunstancia requería.

– Tú hermano nunca ha sido amigo de los escándalos, Georgiana. Ya lo sabes. Por eso todo este asunto de la dispensa especial.– Georgiana se mantuvo en silencio, sintiendo un fuerte nudo en el estómago. Era cierto. Fitzwilliam Darcy no quería ver mancillado el nombre de la familia y Georgiana casi lo empaña ya una vez. Y ahora con su actitud infantil, lo había hecho de nuevo.– Sin embargo,– continuó Elizabeth.– a pesar de todo, él mismo sabe que, el día que se casó conmigo, antepuso su felicidad a las exigencias de su apellido. Y creo sinceramente que preferiría verte felizmente casada con un bufón a que fueras la desdichada esposa de un duque.– Finalizó cogiéndole la mano libre.

En aquel momento, cuando Elizabeth le recordó el amor de su hermano, Georgiana dejó caer la lágrima que llevaba tiempo tratando de reprimir. Ya había llorado en su juventud bastante y no estaba dispuesta a hacerlo más y, precisamente, por el mismo motivo. Pero la amabilidad de su cuñada, el cariño manifiesto de su hermano y el reconocer la felicidad conyugal que reinaba entre ellos, le hizo imposible contener ya las lágrimas. Eso era lo que ella quería, lo que anhelaba y deseaba por encima de todo. Un amor sincero, basado en la complicidad y el respeto.

– ¡Ay, Lizzy! ¿Cómo he podido ser tan insensata… ¡otra vez!? John Byron afirma en esta carta que me ama a mí y no a un estúpido recuerdo de la infancia. Que me ha observado y que me adora pero, ¿acaso Romeo no amaba también a Rosalina profundamente y le bastó ver un segundo a Julieta para prendarse de su belleza? ¿Habría sido ese amor igualmente volátil si la muerte no se hubiera interpuesto primero?– Georgiana ya no podía callarse y escupió todo el miedo y las dudas que tenía dentro.– Quiero creer que me ama, de verdad, Elizabeth, porque hay algo en él que me atrae y me reconforta… No necesito un héroe de guerra. Tampoco un deslumbrante abogado…

– Necesitas un poeta mediocre pero con suerte en los duelos, ¿no es así? Lo necesitas a él y a nadie más.– Contestó Lizzy, sonriendo con dulzura, interrumpiendo su discurso. Diciendo en voz alta lo que Georgiana no se atrevía a decir.– Sin saber cómo ni por qué, te ves atraída por él.– Sentenció. Y Georgiana sólo pudo mirarla fijamente, sin responder, mordiéndose el labio e intentando mantenerse lo más estoica posible. Únicamente consiguió afirmar levemente con su cabeza de rizos dorados.– Escúchame, Georgiana, y escúchame bien.– Ordenó Elizabeth.– No tienes que casarte si no quieres. Nadie puede obligarte a ello. Ni la sociedad, ni tu familia… ni siquiera tu hermano. Lo que hagas, lo que decidas, tiene que ser porque tú desees que así sea.

– Yo quiero creerlo, Elizabeth. Pero temo que se arrepienta y que mi matrimonio no sea un hogar feliz. Conozco mi deber y sé cómo funciona el mundo. Sé que hay muchas parejas cuyos enlaces son una mera transacción económica. Sin embargo… miro a mi hermano y te miro a ti… y os envidio. ¡Deseo tanto eso para mí!

– Temes que tu caballero no sea constante… querida, un hombre que sin tener ni la más remota idea de usar armas se bate en duelo por defender el honor de su amada, aún sin saber con seguridad que era de ésta de quien se hablaba, créeme que no siente una ligera inclinación, sino un profundo amor y respeto.– Afirmó categóricamente.– Quizá no sea un buen poeta, pero tampoco es ningún cobarde. Y un hombre que hace lo que él hizo merece, mínimo, todos tus respetos y gratitud. Pero eres tú la que tiene la última palabra, querida.

Y, diciendo esto último, se puso en pie y se encaminó hacia la puerta. Casarse o no con John Byron Carrington era una decisión únicamente de Georgiana.

– Se ha personado en Canterbury para solicitarle la dispensa al Arzobispo.– Le confesó a Lizzy antes de que se marchara.– Podría haber mandado la misiva y esperar la respuesta en su casa. Pero ha ido allí personalmente para que la respuesta no se hiciera esperar.

Elizabeth abrió los ojos sorprendida. Canterbury estaba a 60 millas y la carta a Georgiana había llegado rapidísimo, la tarde siguiente a todo lo acontecido, lo que significaba que John Byron había puesto todo su empeño en conseguir la
licencia y la confirmación de Georgiana.

– Ha hecho todo ese recorrido por mí…

– Si el Arzobispo se la concede, y no veo razón alguna para no hacerlo, la boda tendrá que celebrarse en un plazo de seis meses. Eso es plazo de sobra para cerciorarte de su afecto. Y si no es como tú esperabas o no te sientes dichosa a su lado… ya veremos cómo solucionarlo, ¿de acuerdo?.– Le afirmó sonriendo está vez más ociosa que cariñosa mientras cruzaba nuevamente el umbral de la puerta aunque, una vez más, se detuvo.

– Sobre todo porque me gustaría que el futuro heredero de los Darcy creciera junto a su tía y a su tío.– Dijo dándose ligeros golpecitos en la tripa y sonriendo más felizmente que nunca. Y, sin darle opción a contestar, se marchó. Dejó
sola a Georgiana con sus dudas e incertidumbres pero con la increíble perspectiva de convertirse en tía en unos meses.

EPÍLOGO
~Finales incandescentes~

Nadie puede llevarse a engaño sobre cómo acaba esta historia. Las protagonistas de Austen siempre tienen un final feliz y nuestra querida Georgiana no iba a ser menos. Después de todos los sinsabores que padeció en su juventud, merece más que nadie ser feliz junto a un hombre que la quiera por lo que es y no por sus diez mil libras.

La mañana del día de su boda, la cual se iba a celebrar en la rectoría de Pemberley, con el joven (veintiocho años) y recién llegado reverendo Edward Parker, Georgiana despertó – aunque apenas había podido dormir presa de los nervios – desbordante de alegría. Su corazón latía con fuerza, agitado, pero rebosante de emoción. Por fin había llegado el gran día. Seis meses después de que el Arzobispo le hubiera concedido a John Byron la licencia especial de
matrimonio, iba a casarse con el hombre más maravilloso que había conocido nunca.

Ahora, profundamente enamorada, rememoraba todos los acontecimientos que la habían llevado hasta el altar.

Como no podía haber sido de otra manera, pues el escándalo estaba a la vuelta de la esquina si no se comprometía, aceptó la propuesta de John Byron, que recibió sin demasiados inconvenientes la licencia especial de matrimonio. La única condición que puso Georgiana fue no acelerar la boda y esperar prácticamente al término de la misma para enlazar sus caminos de por vida. Quizá John Byron Carrington hubiese observado y admirado las cualidades de
Georgiana, pero no así a la inversa. Cierto que sentía una clara atracción por él, pero no quería precipitarse. ¡Bastante lo había hecho ya! Quería estar segura de que el hombre con el que iba a compartir el resto de sus días era el apropiado.

Por su parte, nuestro protagonista masculino se autoproclamó como la persona más feliz de todo el globo, no sólo por saberse comprometido con la mujer de sus sueños, sino porque ella no le guardaba ningún rencor por todo lo ocurrido. Aún no se podía creer que la dulce, buena y preciosísima Miss Darcy… su Georgiana, fuera a convertirse en su esposa. De hecho, a veces se pellizcaba para asegurarse de que no estaba viviendo un maravilloso pero efímero sueño
provocado por las hadas de su infancia. Tanto los Darcy como los Carrington vieron con buenos ojos la resolución a tan rocambolesco episodio, puesto que todos salían ganando: la pareja parecía bien avenida, con caracteres compatibles: amables, ahorradores y, aunque con cierta tendencia a la fantasía, sensatos. Nunca faltaría el sustento en aquella casa gracias a que ninguno de los dos tenía tendencia a ser derrochador. Además, ambas familias eran altamente recomendables en el círculo social y económico inglés, por lo que el matrimonio y unión entre los dos apellidos fue muy bien recibido. Incluso la tía de la joven, Lady Catherine de Bourgh no pudo poner un «pero» al enlace de su sobrina.

El largo noviazgo sirvió para que Georgiana se diera cuenta de que ambos compartían más aficiones de lo que hubiera cabido esperar: libros, música, paseos por Vauxhall… incluso Georgiana comenzó a familiarizarse con el folclore irlandés y descubrió que le resultaba fascinante. Tendría que hablar un día con esas hadas traviesas que tanto habían confundido a su prometido.

Además, John Byron congenió especialmente bien con Elizabeth, quien era una devoradora insaciable de novelas y libros en general. En cambio, con Mr Darcy habría que pulir un poco más la relación, pues ni la caza de faisanes ni
los asuntos económicos y políticos eran del agrado de su futuro cuñado. Por suerte, su buen amigo y abogado, Henry Smith estaría ahí para ayudarlo con toda aquella situación de esta índole que se le presentara.

En resumidas cuentas, la vida era maravillosa. Georgiana era feliz. Sus ilusiones y esperanzas de juventud, antaño frustradas, por culpa del malvado Wickham nunca la habían terminado de abandonar. Las malas artes y la deleznable personalidad de tan infame caballero no habían conseguido doblegarla hacia la amargura o el rencor por el sexo masculino.

Todo lo contrario. Había mantenido la esperanza de que, un día, el amor llegaría hasta ella. Aunque nunca hubiese imaginado que de una manera tan poco convencional. Pero, al fin y al cabo, así era John Byron… un hombre fuera
de lo común. Y, ciertamente, eso le encantaba.

Nunca se había sentido tan contenta de haberle concedido una segunda oportunidad a alguien. ¡Ay, las segundas oportunidades! Alguien con talento para la literatura debería escribir sobre ellas.

Dos golpecitos sonaron en la puerta del dormitorio de Georgiana, sacándola así de su ensoñación. Las doncellas, supuso. Hora de comenzar a arreglarse.

– Pasen.

– Buenos días, señorita.– Saludaron las dos doncellas al unísono. Y, tras ellas, apareció también la preciosa Lizzy, quien ahora presentaba un vientre bastante abultado bajo su vestido.

– ¿Preparada para este día, querida? Hoy debes estar más radiante que nunca.

– John debe de estar nerviosísimo.– Rió Georgiana.

– ¡Ah! Pero no lo dudes ni un segundo. De hecho, me he asegurado la presencia del Dr. Cox en la boda por si hubiera que atenderlo.

– Pobre John. Nosotras aquí riéndonos de él.

– Pequeñas bromas. Las dos sabemos que ese hombre saca fuerza y valor siempre que se trata de ti. Eres, verdaderamente, su musa divina.– Ambas rieron divertidas ante la alusión al poema con el que John Byron había
desencadenado todo este lío, pero que sin el cual no habrían llegado hasta este momento.– Voy a comenzar yo también a arreglarme, que desde que el pequeñín forma parte de mi cuerpo tardo más. ¿necesitas algo?

– Nada. Bueno… en realidad, sí.

– Si vas a preguntarme que ocurre después de la boda…

– ¡No, no!– Interrumpió.– No se trata de eso… bueno, sí, pero no es lo que
quería preguntarte.

– ¿Entonces?

– Quería darte las gracias, Elizabeth. Has sido como una hermana para mí y te estoy muy agradecida.– Le confesó tendiéndole la mano, la cual fue recibida cordialmente por parte de Lizzy, quien se acercó nuevamente a ella y la
envolvió con un abrazo fraternal.

– ¡Ay, niña! ¡Eres una hermana para mí! No te quiero menos que a Jane.

– Ponerme a la altura de tu adorada hermana mayor ya es suficiente halago para mí.–Las lágrimas, de felicidad y de nervios a partes iguales, brotaron de sus ojos sin poder contenerlas. Demasiadas emociones juntas.

Ya separadas, Elizabeth le enjugó las dos gotitas que resbalaban por su rostro.

– No hay nada que agradecer, Georgiana. Es un honor para mí llamarte hermana. Ahora, seca esas lágrimas, conviértete en la novia más hermosa que haya visto nunca el condado de Derbyshire y haz a Mr Carrington el hombre
más afortunado del mundo.

Georgiana no contestó. Se limitó a regalarle la sonrisa más amplia y sincera que jamás hubiera mostrado a nadie. Parecía decir «así lo haré»

Elizabeth se marchó de la habitación y dejó a Georgiana con sus doncellas, quienes la transformaron en una preciosa novia que dejó boquiabiertos a todos los presentes y, más que a nadie, al que estaba a unos minutos de ser su
esposo.


La austenita que cierra «Malentendidos y Aciertos» viene del sur de España y se llama Jéssica Sánchez Martínez. Es Licenciada en Historia del Arte, mediadora cultural en el Museo Carmen Thyssen Málaga y Guía Oficial de Turismo. Está especialiazada en rutas femeninas por Málaga. En el tiempo libre que dispone es escritora aficionada y frustrada a partes iguales. Fan de las novelas de Jane Austen, es una autora a la que sigue desde que era una tierna adolescente.


Para finalizar nuestra historia de Malentendidos y Aciertos, os adelantamos que procuraremos poner todos los episodios juntos para que podáis leer la historia al completo, como un libro, después del verano :).

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