Fue un peculiar infortunio de esta mujer haber tenido malos Ministros. Aunque ella misma era malvada, no pudo haber cometido tan vastas atrocidades, si estos hombres viles e inmorales no hubieran confabulado y la hubieran alentado en sus crímenes. Sé que muchas personas consideran y creen que Lord Burleigh (37), Sir Francis Walsingham (38) y el resto de aquéllos que ocuparon los principales Puestos de Estado eran Ministros dignos, experimentados y capaces. Pero ¡oh! cuán ciegos al verdadero Mérito, al Mérito despreciado, olvidado y difamado, deben ser tales Escritores y Lectores si pueden persistir en tales opiniones cuando reflexionan respecto a estos hombres, tan ensalzados, fueron un escándalo para su país y su género al permitir y ayudar a su Reina a encarcelar por espacio de diecinueve años a una *Mujer* cuyos derechos de parentesco y dignidad no sirvieron de nada, y aún así, como Reina, y una que había que había condescendido a depositar su confianza en ella, tenía todos los motivos para esperar ayuda y protección; y a la larga en permitir a Isabel llevar a esta mujer admirable a una muerte prematura, inmerecida y escandalosa. ¿Puede alguien, si reflexiona por un momento en esta mancha, esta mancha perpetua en su entendimiento y su carácter, permitirse algún elogio para Lord Burleigh o Sir Francis Walsingham? ¡Oh! ¡Cuánto debió esta fascinante Princesa (39), cuyo único amigo entonces fue el Duque de Norfolk (40) y ahora sólo son el Sr. Whitaker, la Sra. Lefroy, la Sra. Knight y yo (42), quien fue abandonada por su hijo, encarcelada por su prima, engañada, censurada y difamada por todos, cuanto no debió su mente noble haber sufrido cuando le informaron que Isabel había dado órdenes para su muerte! Aún así, ella lo soporto con una entereza inquebrantable, firme en su mente, constante en su religión, e incluso se preparó para enfrentar el cruel destino al que estaba condenada, con una magnanimidad que sólo podría proceder de una inocencia conciente. Y aún así, Lector, ¿podéis creer posible que algunos protestantes duros y celosos la han insultado por mantenerse en la religión católica, que refleja en ella tanto crédito? Pero ésta es una prueba extraordinaria del alma estrecha y opiniones prejuiciosas de quienes la acusan. Fue ejecutada en el Gran Salón del Castillo de Fotheringay (¡Sagrado lugar!) el miércoles 8 de febrero -1585- para eterna vergüenza de Isabel, sus Ministros e Inglaterra en general. No sería innecesario, antes de concluir por completo mi relato sobre esta Reina desafortunada, señalar que la acusaron de varios crímenes durante el tiempo de su reinado en Escocia, de los cuales aseguro muy seriamente a mi Lector que era por completo inocente, nunca habiendo sido culpable de otra cosa que Imprudencias a las que fue traicionada por la franqueza de su corazón, su juventud y su educación. Habiendo, confío, con esta garantía, borrado toda sospecha y duda que pudieran haberse despertado en la mente del Lector, de lo que otros Historiadores han escrito respecto a ella, procederé a mencionar los acontecimientos restantes que marcaron el reinado de Isabel. Fue en este tiempo que Sir Francis Drake (43), el primer navegante inglés que circunnavegó el mundo, vivió para ser adorno de su país y su profesión. Aún cuan grande fue, y con justicia celebrado como marino, no puedo evitar prever que será igualado en éste o el siglo próximo por uno quien aunque ahora joven, ya promete responder a todas las expectativas ardientes y optimistas de sus parientes y amigos, entre los que puedo contar a la Dama encantadora a quien esta obra está dedicada y a mi no menos amable persona (44). Aunque de una profesión diferente, y brillando en una esfera de la vida distinta, sin embargo igualmente conspicuo en la personalidad de un *Conde*, como Drake lo era en la de un *Marino*, está Robert Devereux, Lord Essex (45). Este joven desafortunado no fue diferente en personalidad a ese igualmente desafortunado *Frederic Delamere*. La similitud puede llevarse aún más lejos, e Isabel, el tormento de Essex, puede ser comparada con la Emmeline de Delamere (46). Sería infinito contar los infortunios de este conde noble y galante. Es suficiente decir que fue decapitado el 25 de febrero, después de haber sido Lord Teniente de Irlanda, haber puesto las manos en su espada y haber realizado muchos otros servicios a su país. Isabel no lo sobrevivió mucho, y murió *tan* desdichada que si no fuera un insulto a la memoria de María, la compadecería.