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-Para que tu nombre quede libre de sospecha, lo primero que tenemos que hacer es averiguar por qué esos dos hombres lo han usado. Por supuesto, no puedo visitar a la señora Carrington… sería demasiado sospechoso, cualquiera pensaría en tu culpabilidad.
Georgiana miró a su cuñada con desesperación. La señora Carrington es la única persona relacionada con los duelistas con la que tenían algún tipo de relación, y no podían usarla. ¿Qué opción les quedaba?
Pero Lizzy, de repente, sonrió. -¡Ya lo tengo! Pediremos a tu hermano que visite al Capitán Tilney. ¡Annie, por favor, avise al señor Darcy de que le esperamos para desayunar! -pidió a la doncella.
-Elizabeth, debes haber perdido completamente la cabeza. -Darcy siempre se negó a llamarla «Lizzy». Para él, era su «Elizabeth», y le habría gustado dirigirse a ella como es debido, como «señora Darcy», delante del servicio e incluso de su hermana, pero la única vez que lo hizo, Elizabeth se pasó el día haciéndole reverencias cada vez que se cruzaban por los pasillos. -No he sido presentado al capitán Tilney y, sinceramente, no tengo el menor interés en contarle entre mis relaciones. Es un hombre de muy mala reputación con quien no me gustaría que me viera ninguno de mis conocidos.
-¡Pero si es muy sencillo! -Lizzy ignoró los comentarios sobre la reputación del capitán. -Solo tienes que escribir a tu buen amigo el reverendo Tilney, y pedirle que te envíe en su nombre a preocuparte por la salud de su hermano. Si quieres, seré yo quien escriba a su esposa, tenemos que planear juntas nuestra próxima visita a Bath.
-¡De ninguna manera! ¡Así no es como se hacen las cosas! No voy a imponer mi presencia en casa de un convaleciente, y hacerlo mediante malas tretas… ¡no, no y no! ¡No contéis conmigo en vuestras artimañas!
Y se encerró en la biblioteca de un portazo. Lizzy quedó esperando junto a la puerta hasta que, segundos después, Darcy la abrió, con aire muy digno cogió de las manos de su mujer la nota que aún llevaba agarrada, y volvió a cerrar la puerta. Lizzy se dio la vuelta, dirigió una sonrisa de satisfacción a Georgiana y se marchó a su saloncito.
La chica se quedó sin saber qué hacer. Decidió tomar un libro e intentar leer para pasar el rato hasta que su cuñada fuera a verla y le explicara lo que estaba tramando, pero no podía concentrarse en la lectura. Cualquier ruido le llamaba la atención: las criadas murmurando, probablemente sobre ella; los carruajes por la calle, pero ninguno paraba a su puerta… finalmente, oyó la puerta de la calle cerrarse y, al asomarse a la ventana, vio como su hermano caminaba decidido calle abajo. ¡Por fin! Se había prestado a ayudarla visitando al capitán Tilney. ¡Seguro que así arreglaría todo este lío!
Mientras tanto, en una casa de Cavendish Square, John Byron Carrington gritaba de dolor mientras el médico le ajustaba el apósito.
-Por favor, quédese quieto, es solo un rasguño pero si no me deja ponerle bien este apósito, tardará en curarse.
Un arañazo en el hombro era el recuerdo que John Byron se llevaba de sus aventuras matutinas. Si el capitán Tilney no hubiera estado tan borracho que casi no podía sostener el arma, el tiro habría sido, sin duda, fatal.
Sería solo un arañazo, pero John Byron nunca soportó bien el dolor físico. Se quejaba, se lastimaba, y sentía que el dolor era casi insoportable. El dolor espiritual, sin embargo, siempre lo soportó estoicamente. Bueno, escribiendo poemas de dudosa calidad… pero estoicamente. Pero este último revés que la vida le había dado, ¿cómo había de soportarlo? ¿Cómo podría seguir viviendo sabiendo que su musa, su ángel, el ser por el que cada mañana se levantaba, había caído en las garras de ese mujeriego? No parecía concordar con su carácter, él la conocía bien, sí, muy bien, mucho mejor que nadie…
En esos pensamientos estaba cuando se dio cuenta de que había quedado a solas en su dormitorio con su madre. El doctor había salido hacía rato, y su madre le miraba inquisitivamente.
-Bueno, ahora cuéntame todo. ¿Quién es la dama por la que casi cometes el mayor error de tu vida? ¿Tu prima la señorita Shrawley? ¿Lady Mapleton, a la que nos presentaron en el baile de la Baronesa?
-Nos presentaron… ay, madre, ¡a esta dama nadie me la ha presentado!
Lady Carrington lo vio claro por primera vez. Su hijo no era tonto de remate, no… lo que estaba es completamente loco. ¡Qué desgracia para la familia! ¡Qué desgracia para ella, cuyas relaciones con la nobleza se reducirían casi hasta cero cuando todo el mundo se enterara de que sus genes estaban malditos con la locura! Enamorarse de una dama a la que ni siquiera había sido presentado… ¿qué querría decir su hijo? ¿Había estado observando a una dama desde la distancia, y se había creído enamorado de ella? Qué gran desgracia…
-Es muy sencillo, madre querida. La hacienda familiar de mi amada se encuentra muy lejos de la nuestra. Sin embargo, aquí en Londres es mucho más fácil que nuestros caminos se crucen con los de personas provenientes de toda Inglaterra. Siempre que pasábamos una temporada en Londres, mientras tú, papá y mi hermano disfrutabais de vuestros bailes y reuniones de sociedad, yo salía con mi niñera a pasear por los parques de alrededor. Y muchos otros niños como yo paseaban con sus niñeras por los mismos parques.
Pronto formamos un grupo de más de 10 niños y niñas de… ¿quién sabe de qué familias? Eso entre niños no es importante. Como te digo, nadie nos presentó, porque la primera vez que nos vimos fue probablemente en el cochecito en el que nuestra aya nos paseaba. Del cochecito pasamos a ir de la mano de la niñera, y de ahí a correr unos detrás de otros por los jardines.
Un día, lo recuerdo como si fuera hoy mismo, todo cambió para mí. Las hadas me habían dicho… bueno, o yo imaginaba que me habían dicho -Rectificó al ver la cara que estaba poniendo su madre. -que estaban lloviendo abejas y que, si me caía una en la cabeza, me picaría. Yo corría de un lado a otro intentando resguardarme, y los demás niños… se reían a carcajadas de mí. Todos menos ella. Ella me miró seriamente, corrió hacia su niñera y volvió con la sombrilla que la niñera le había prestado, con la que me tapó hasta que el peligro hubo pasado.
Desde entonces, fuimos inseparables. Yo prefería su compañía a la de cualquier otro niño (aunque es cierto que los demás niños me evitaban desde aquel día), y ella también disfrutaba de nuestros juegos. Durante años, cada temporada que pasábamos en Londres la disfrutaba junto a mi mejor amiga. Nos contábamos nuestros sueños, nuestros proyectos, la vida que algún día tendríamos… incluso le confié discusiones que había tenido contigo, madre.
Pero toda infancia termina, y la mía terminó cuando papá y tú me enviasteis a estudiar a Eton. Los siguientes años no pude acompañaros a Londres pero, mientras estudiaba, nunca dejé de pensar en mi querida amiga. Añoré nuestros juegos y conversaciones, y su risa que iluminaba hasta las mañanas lluviosas de verano.
Pude volver a Londres, como sabes, cuando terminé los estudios, y tuve la suerte de coincidir con ella en un baile, uno de los primeros a los que pude asistir. La vi de lejos e inmediatamente la reconocí. Pero ya no era solo la niña amable con la que había compartido tantos buenos ratos en mi infancia. Se había convertido en la mujer más hermosa que había visto jamás, e inmediatamente caí enamorado de ella.
Tras unos minutos, que necesité para recuperar el aliento, me acerqué a donde ella estaba rodeada de otras jóvenes. Cuando me aproximaba, una de sus compañeras se dio cuenta de mi presencia y le dijo: «¿Conoces a ese caballero?» Ella me miró, le respondió: «No», y se dio la vuelta.
¡No me reconoció, madre! ¡Mi Georgiana no me reconoció!
– ¿Georgiana? ¿Todo este tiempo has estado hablando de Miss Georgiana Darcy?
Era la hora del té en casa de los Darcy cuando el señor Darcy regresó de sus visitas. Cuando entró en la biblioteca, las damas de la familia estaban dando sorbitos a sus respectivas tazas e intercambiando comentarios anodinos para evitar discutir lo que pasaba por sus cabezas. Las deliciosas pastas y tostadas que habían servido las doncellas se aburrían en una bandeja sin que ninguna de las mujeres se acordara de probarlas.
-¡Hermano! ¡Por favor, cuéntanos qué te ha dicho el capitán Tilney!
-¿El capitán? ¿Qué te hace pensar que he ido a visitar al capitán Tilney? Dije que no lo haría y jamás lo haré, ya tengo suficientes relaciones dudosas… bueno, quiero decir… no, lo que he hecho es encontrar a otra persona en común. Veréis, en la nota hablaba de que el poeta, el tal Carrington, tenía como padrino a un tal señor Smith. Con ese apellido tan común (y, si puedo decirlo aquí, en la intimidad de nuestro hogar, de poco renombre), podría tratarse de cualquier persona pero, tras discretas averiguaciones, descubrí que era nada más y nada menos que el señor Henry Smith, abogado, y mi principal contrincante en las clases de esgrima. Parece un hombre serio y sensato, con quien he intercambiado alguna palabra amable tras nuestros entrenamientos, así que hoy, después de nuestra clase, le he hablado y le he invitado a cenar con nosotros. Y ahora, con vuestro permiso, voy a cambiarme para la cena.
Se marchó dejando a su hermana Georgiana bastante sorprendida por el cambio en los acontecimientos. Ella por fin miró a su cuñada, que estaba ya con gesto tranquilo mordisqueando una tostada.
-¡Qué sorpresa! ¿Quién iba a pensar que mi hermano se pasaría el día investigando este misterio!
-Querida Georgiana- dijo Lizzy, divertida. -No hay como darle a tu señor hermano una tarea que deteste para conseguir que haga de mil amores otra tarea menos desagradable. -Rió, y se fue ella también a cambiarse para la cena.
Sobre la autora: Alicia Ortega es una medio andaluza medio extremeña que reside en Austria. Aunque no se dedica profesionalmente a escribir, a veces no puede evitar poner sus pensamientos en papel y compartirlos. Cuando no sabe qué leer, Jane Austen y Agatha Christie nunca le defraudan.
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