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El Sitio de Jane cumplió 15 años, ¡sí, 15! Bueno, aún estamos un poco sorprendidas de haber llegado a la edad de Lydia Bennet, que en términos internautas, es casi como haber compartido pupitre con la mismísima Cleopatra...

En fin, que si hicimos 15 años fue por vuestro cariño (y por haber encontrado tiempo de vez en cuando ;)). Dar a conocer a Jane Austen, ha sido una pasión durante todo es tiempo, pero no significaría nada si no fuera por las amistades que nos ha permitido conocer.

Así que con motivo del 15 aniversario de la web os invitamos a compartir con nosotras vuestras inquietudes y a que escribáis un microrrelato cuya tema trate sobre la "amistad".

Los ganadores fueron Ioana y Leo, pero aquí os reproducimos algunos de los textos.

Leo
"La amistad es la única felicidad sin misterio, porque se justifica por sí misma" (mal leído de JLB)

Ioana
ADÁN Y EVA
Y ahí, en medio de la campiña francesa, con todas sus huellas medievales armoniosamente evidenciadas por el sol primaveral, ocurrió que a través de una simple mirada significativa, habían llegado ambos a la misma conclusión: eran almas gemelas.
Ese momento, aparentemente inédito, parecía sacado de un cuento vetusto…un escenario diferente, pero las mismas almas protagonistas. Déjà-vu. Te conozco, más que a mí mismo quizás. Creo que hasta sé cómo funciona esto A partir de ahora, si estoy contigo, seré la persona más dichosa del mundo. Si nuestras existencias terrenales no nos dejan ser uno, no volveré a encontrar la calma.
La bella amistad de todos estos años es lo único que les ofrece esta vida. Al verla tan bella y tan inalcanzable, supo que el camino hacia su corazón era tan largo que no bastaría con vivir «una sola vida».

Mª Ángeles
Entonces tomó el diccionario y encontró la palabra:
Amistad
Del lat. vulg.*amicitas, -atis, der. del lat. amicus “amigo”.
f. Refugio que da calor a la palabra siempre. Anne sabía que siempre mantendría su amistad.
f. Sentimiento atesorado que vence los sobresaltos del tiempo y asalta los corazones amurallados que entienden los silencios. Wentworth, sin decir palabra, la ayudó a trepar al carruaje en un impulso de pura e inconsciente amistad; una prueba de su corazón amable y cariñoso.

Ana
Abrí mi corazón aún con dudas por la situación y respondió con una rama de sauce, símbolo del amor desgraciado, pero su entrega simbolizaba eterna amistad. ¿Hay amor más puro?

Rosa
Me preguntaba qué hacía en ese lugar, llevaba media hora esperando a mi amiga que parecía había olvidado la cita que tenían planeada. Hacía cinco años que no nos veíamos, desde que acabamos el instituto. Fue un momento de debilidad nostálgica que me hizo buscar su nombre en Facebook, se suponía que nunca le perdonaría que me arrebatara a aquel chico inglés, tan genuino e irresistible, que siempre iba detrás nuestra y con el que había comenzado una ligera pero insinuadora amistad que me había robado las horas de sueño durante las últimas semanas de clases.
El parque junto al instituto en el que habíamos quedado para rememorar esas horas de felicidad estudiantil apenas había cambiado, solo había puesto una pequeña zona recreativa para niños que razonablemente había espantado a los estudiantes que allí pasaban las horas lectivas y no lectivas. Mis compañeros y yo habíamos pasado tanto tiempo en esos bancos que no me esperaba que lo que había sido un ghetto de jóvenes insensatos fuese en ese momento un idílico lugar infantil donde adultos responsables llevaban las mañanas y las tardes a sus pequeños retoños.
Por fin oí una voz que me resultaba familiar sobresaliendo algo desesperada entre la multitud de criaturas que jugaban allí al lado.
—John, vamos ¡¿no ves que llego tarde a una cita?!
Esa voz, ese nombre, John, John Willoughby. Ese chiquillo que mi amiga traía casi a rastras hacia el banco en el que yo estaba esperando estragos en mis entrañas. Me dirigí hacia ella y le di un abrazo que me salió del fondo del corazón, después de todo ¡cómo había echado de menos a aquella loca!
Después de ponernos al día, quizás debí agradecerle lo que es su día digerí amargamente como una traición, pero no lo hice. Cogí entre mis manos la carita del joven John y observé la elocuente mirada azul que en su día debió tener su seductor progenitor; no tuve más remedio que mirar a mi amiga a los ojos con cara de reproche y decirle:

—Tienes delito, encima le pones su nombre.

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